Viendo algunos hitos de la filmografía de José Antonio Nieves Conde, se vislumbran dos o tres cosas que podemos saber sobre lo que venimos a llamar neorrealismo falangista español, en el sentido político y godardiano de la expresión, esto es, imágenes y palabras que vienen a ser, y a decir, y que finalmente no son más que la sombra de una enorme duda. Siguiendo esta línea, fue Hitchcock quien nos avisaba, a raíz de ese principio mentiroso que causó tanto revuelo de Stage Fright, que las imágenes nunca mienten, son las palabras las que lo hacen. Mucho tiempo ha pasado. Todos somos ya viejos y cansados espectadores. Vivimos tiempos de difícil discernimiento de lo que una imagen es, su procedencia, su aparataje, su relación con eso que hemos decidido por consenso denominar «lo real». Hoy sabemos que una imagen puede mentir, es más, lo damos por hecho. Hoy nuestra duda es la contraria, ¿puede una imagen decir la verdad? ¿Puede una imagen ser síntoma de nuestro paso por el mundo y consecuencia de una inteligencia no-artificial?
En 1951, José Antonio Nieves Conde, reconocido cineasta falangista radical, entregaba dos películas que servían como inicio de una estrategia medida de blanqueamiento de las políticas franquistas y su posible inscripción en el panorama cinematográfico internacional, estableciendo, para ello, ecos y resonancias, por no decir intentos burdos de plagio, entre la anémica y raquítica producción española de la época con aquellos nuevos cines europeos que estaban naciendo en todos los países del continente. Surcos y Balarrasa, la primera, como la película fundacional del correlato neorrealista español, y que vendrá a instaurar una pequeña intentona ibérica de hablar aquellos lenguajes que sonaban bien en otros lugares con otras condiciones socio-políticas. La segunda, una fábula moralista de índole católica que venía a decirle a sus ciudadanos cómo ser mejores ante Dios y la patria. En Surcos, nos encontramos a personajes que se pasean por las calles de un inmediato Madrid de posguerra. Un escenario que poco tenía que ver con aquella Berlín destruida de Germania, Anno Zero. Nada queda de Rossellini. Aquí, el nuevo realismo es el de la falange española, se pasea por un entorno de cuya pobreza es directamente responsable. Las ruinas se parecen, pero nos dejan diferente amargura en la lengua. No pasarán, decíamos, pero finalmente pasaron y al pasar, filmaron dichos pasos.